No podía conciliar el sueño y decidí salir al patio. Un farolillo apenas iluminaba aquella noche de luna llena.
Permanecí varias horas contemplando la luz de luna.
De nuevo la curiosidad me llevó a averiguar qué podría encontrar dentro de la jaima. Belleza petrificada ante mi asombrada mirada.
La hacedora de burbujas lunares posaba, impertérrita, ante mí. Traté de alcanzar la burbuja, pues tiempo atrás leí que dichas burbujas contenían el elixir de la media naranja. Una voz en off, como si de un Mago de Oz contemporáneo se tratase, me conminó a desistir del intento y, en su lugar, me animó a salir por la puerta que había frente a mí y que, según sus palabras, llevaba al verdadero jardín del edén. Enfundado de etérea seguridad, le hice caso y accedí al exterior. Sobrecogimiento es la palabra que mejor define ese posterior encuentro con el jardín.
Encantamiento que me dirigió, cual marioneta en manos divinas, a la fuente de la vida.
Allí, sentado a la espera de algún acontecimiento humano, mi voz interior pronunció las siguientes palabras:
- No esperes al dueño del zapato. Tú eres Ceniciento, y tu media naranja está aquí, en el interior. Mira y hallarás el amor a ti mismo, y desde ahí, conjugarás el verbo amar.
FIN.













